Conferencia “La toma de decisiones compartidas entre médico y paciente” – 15 de julio/17 :: 26/07/2017
A lo largo de la historia, el trato dispensado por los médicos a sus pacientes ha tenido sin duda, luces y sombras. En la primera mitad del siglo pasado, la realización de ensayos clínicos y trabajos de investigación biomédica utilizando seres humanos, sanos y enfermos, pone en evidencia la aparición de conductas y prácticas médicas abusivas y desconcertantes desde una perspectiva ética, agravadas en determinados periodos especialmente convulsos debido a los cambios sociales e ideologías imperantes; prácticas que atentan contra la dignidad de las personas.
El profesor Abengózar hizo mención de algunas de estas prácticas históricamente más conocidas y abusivas de investigaciones con seres humanos (en Alemania, con los judíos prisioneros en campos de concentración; en el estado de Alabama con afroamericanos, en Guatemala…), cuya participación en dichos estudios era conseguida mediante coacción o engaño. El conocimiento de estos hechos y de otras prácticas médicas al uso relativas al tratamiento de pacientes, empiezan a considerarse prácticas inaceptables desde una perspectiva ética y deontológica. Por este motivo, surgen a partir de la década de los cincuenta, varios códigos (Código de Núremberg, en 1947; Declaración de Helsinki, en 1964, revisada en 1975) que constituyen guías sobre la forma apropiada y responsable de realizar experimentos con seres humanos.
El Informe Belmont (1978), es un documento que recoge los acuerdos de la famosa Comisión Nacional Americana (The National Comission) creada para establecer las condiciones necesarias que ha de cumplir toda investigación biomédica con seres humanos para que estos resulten debidamente protegidos durante el estudio. Estas condiciones se establecen de acuerdo a tres de los principios éticos básicos presentes en nuestra tradición cultural y que resultan especialmente relevantes para la ética de la investigación con seres humanos: los principios de respeto a las personas, de beneficencia y de justicia. Son esencialmente los principios éticos de la Bioética actual.
Aunque el profesor Abengózar se refirió a ciertos aspectos de investigación con seres humanos antes mencionados, su conferencia estuvo centrada básicamente en el análisis y aplicación en la práctica médica diaria de dos de estos principios éticos: el de beneficencia y el de respeto a las personas. El término ‘práctica médica’ hace referencia a las actuaciones médicas que persiguen la curación del paciente o, al menos, mejorar su situación clínica, su estado de salud (beneficencia). El término ‘investigación biomédica’, por el contrario, hace referencia a la comprobación de una determinada hipótesis; sus resultados pueden conducir a la solución de un problema y aumentar así el conocimiento. En este caso, el principio de beneficencia debe aparecer en el análisis de riesgos-beneficios a que serán sometidos los participantes en el estudio.
El respeto a las personas tiene al menos dos convicciones éticas: la primera es, que todas las personas deben ser tratadas como agentes autónomos y la segunda, que todas las personas cuya autonomía está disminuida tienen derecho a la protección (Informe Belmont). Por consiguiente, el respeto a las personas requiere de dos prerrequisitos morales distintos: el reconocimiento de la autonomía y el de protección de quienes su autonomía está disminuida en mayor o menor grado.
El Consentimiento Informado (CI) es el procedimiento actualmente utilizado para informar a los pacientes acerca de su estado, de las pruebas diagnósticas a que debería ser sometido para llegar a un diagnóstico correcto y las opciones que pueden ser consideradas aceptables para un tratamiento adecuado. Con los riesgos posibles y efectos indeseados que pudieran presentarse, tanto a consecuencia de las pruebas diagnósticas como a consecuencia del tratamiento. La información proporcionada por el médico debe ser apropiada y suficiente para que el paciente pueda tomar una decisión al respecto en función de sus preferencias y valores. Esta información (CI) se materializa habitualmente en un documento(s) escrito, aunque bastaría en ocasiones con el consentimiento expresado verbalmente por el paciente. En el supuesto de menores, personas incapacitadas, pacientes en coma etc., serían los familiares más directos o el tutor legal, quienes deben recibir la información y tomar las decisiones oportunas con el médico responsable.
El profesor Abengózar ilustró su excelente conferencia con imágenes y videos con escenas representativas de la insatisfactoria información que el médico ofrece a veces a sus pacientes, bien por acelerada, por escasa o por emplear un lenguaje excesivamente técnico, poco comprensible para el paciente. Situación esta que difícilmente puede conducir a tomar una decisión que pueda ser compartida por el paciente sobre un problema de salud que le afecta tan directamente. Situaciones opuestas se dan cuando se exige al médico acciones impropias no ajustadas a la buena práctica médica. En definitiva, un tema complejo, tomar decisiones ante situaciones difíciles que no afectan por igual a médico y paciente y que, en consecuencia, no siempre están exentas de controversia.
Hubo un interesante coloquio posterior entre asistentes y conferenciante.
Ricardo Abengózar Muela, es Doctor en Medicina. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y especialista en Alergología. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica y Máster en Bioética. Director del Instituto de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria, de Madrid, y profesor de Medicina y Humanidades en dicha Universidad y en la Universidad Rey Juan Carlos. Médico alergólogo en ejercicio en el Hospital Tres Culturas, de Toledo.